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Robinson Quiña.
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06/26/2025 a las 21:01 #27374
Robinson Quiña
ParticipanteAl analizar mi realidad cotidiana a través de los conceptos estudiados, observo que la cohesión social y los niveles de confianza presentan características particulares en los diferentes ámbitos de mi vida. En el nivel familiar, conformado principalmente por mi madre, nuestras mascotas y algunos vecinos cercanos, identifico una cohesión horizontal efectiva, donde hemos logrado mantener relaciones basadas en confianza mutua, apoyo emocional y colaboración ante situaciones difíciles. Esta dinámica se activa especialmente cuando enfrentamos desafíos como la presencia de personas malintencionadas o pequeños conflictos vecinales, demostrando que los vínculos primarios pueden ser sólidos incluso en estructuras familiares no tradicionales. Estos lazos se fortalecen mediante la confianza interpersonal, donde la comunicación constante, la empatía y el cumplimiento de acuerdos tácitos han creado un entorno seguro.
Sin embargo, al ampliar la mirada al entorno comunitario más amplio, la situación cambia radicalmente. La cohesión social a este nivel es prácticamente inexistente, no porque existan conflictos graves, sino precisamente por la ausencia de factores que motiven la colaboración o el diálogo colectivo. Esta apatía refleja una confianza social débil, donde los vecinos interactúan de manera superficial, sin proyectos comunes ni espacios que fomenten la identidad compartida. Esta fragmentación coincide con lo señalado en los materiales sobre América Latina , donde la desconfianza en las instituciones y la falta de participación ciudadana debilitan el tejido social.
Curiosamente, esta dualidad relaciones sólidas en el microespacio familiar versus la desconexión comunitaria plantea un desafío importante. Según lo aprendido, la cohesión no debería depender únicamente de las crisis, sino construirse de manera proactiva mediante espacios públicos inclusivos, actividades que promuevan el encuentro y la transparencia en la gestión de lo común. En mi caso, aunque no existen conflictos abiertos, tampoco hay mecanismos que estimulen la cooperación, lo que podría explicar la fragilidad de los lazos comunitarios.
Para transformar esta realidad, sería valioso implementar estrategias como asambleas vecinales, o iniciativas sencillas que fomenten el reconocimiento mutuo, pues la cohesión se nutre tanto de la confianza emocional como de la confianza racional. Incluso en entornos aparentemente tranquilos, la falta de interacción puede esconder desigualdades o exclusiones silenciosas que, con el tiempo, erosionan la capacidad de acción colectiva. Por ello, aunque mi experiencia familiar demuestra que es posible construir confianza en pequeños círculos, el verdadero reto está en escalar estos valores al espacio público, donde la diversidad de intereses y la falta de costumbre al diálogo requieren intervenciones más estructuradas y paciencia para ver resultados a largo plazo.
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