La participación ciudadana es mucho más que un derecho: es la base para un desarrollo justo y transparente. Cuando la comunidad se involucra, se aseguran prioridades reales, mayor control social y proyectos con sentido.
Sin embargo, existen obstáculos claros: falta de información, desconfianza, exclusión de grupos vulnerables y procesos complicados. Para superar esto, necesitamos espacios accesibles, capacitación, transparencia y mecanismos como la silla vacía para que la voz ciudadana tenga peso real.
Hay experiencias exitosas que demuestran que con voluntad y herramientas adecuadas, la ciudadanía puede ser protagonista y motor de cambio.
En definitiva, sin participación genuina, la planificación y el presupuesto se vuelven meras formalidades. El futuro de nuestras comunidades depende de que el poder vuelva a las manos de su gente.
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